La racionalidad se diluye: vida intelectual de Francisco Gómez Flores

Abstract

«Gómez Flores era joven, serio, melancólico. Su instrucción era vasta y de ella no hacía alarde. Para conocerlo se necesitaba tratarlo como nosotros, íntimamente, u oírlo en cátedra. En su semblante se pintaba siempre cierto aire triste y, cuando reía, no era la estridente carcajada la que escuchábamos, sino que veíamos en sus labios dibujarse la sonrisa del filósofo, y Gómez Flores efectivamente era filósofo. Seguros estamos que de haberse prolongado su vida hubiera, si no implantado, al menos sí luchado por introducir una filosofía nacional».1 Estas palabras pertenecen a un círculo cercano de Francisco Gómez Flores y presentan los contrastes de su vida de esos tiempos cercanos a la muerte. Lo describen como un joven-adulto de facciones adustas que reflejan un carácter sombrío y taciturno, un ser con un campo emocional de tonalidades grises que contrasta con la luminosidad que irradia su intelecto, al cual agranda la ausencia de arrogancia. Sin ánimo de poner en duda de momento la fidelidad de la representación de un ser complejo y contradictorio que manifiesta las características de esos dos mundos que se mueven de manera opuesta y desacoplada en su interior —pues es común que ante la pérdida de seres tan respetados se pronuncien, cuando aún el dolor embarga, discursos centrados en alabar la vida, las capacidades y las conductas—, no obstante, sí cuestionar si en verdad, para conocerlo tal como se señala, habría sido necesario compartir conversaciones, convivencias u oírlo discurrir lecciones filosóficas.